
Hay que acabar con:
Dios. Dios no existe y si existe, no le importamos. Da igual en qué deidad creas: en el cejijunto Yahveh, en el sanguinario Alá, en el terrorífico Baal o en el ciclotímico Dios. Todos se portan parecido, lo único que cambia es el nivel de sacrificio que imponen a sus adoradores. La vida sería tal vez más llevadera si dios fuera como el ratoncito Pérez o como Mary Poppins: un personaje de ficción que no exige nada de ti salvo tu sonrisa. La vida no es un regalo divino. La vida es un azar cósmico más o menos afortunado. Nuestra existencia no tiene sentido. No hay un plan. Nuestras almas –nuestras consciencias- se desvanecen con la muerte y punto. Todas las declaraciones de amor calladas, todas las reconciliaciones aplazadas, los perdones no expresados, las muestras de cariño reprimidas, todo eso y mucho más no dispondrá de una segunda oportunidad en otra vida. Porque no hay otra vida.
El Festival de Eurovisión. Perdí todo el interés cuando participaron Franco Battiato y Alice por Italia y le dieron el premio al representante de Yemen del Norte. Si ser europeo implica algo así, yo pido mi baja voluntaria como ciudadano de este continente.
Los Cuarenta Principales. En mi época eran lo peor de lo peor. Nadie con un mínimo criterio musical escuchaba esa merienda de negros de las discográficas patrias. Y la prensa les hacía luz de gas. No puedo comprender cómo han perdurado hasta nuestros días. Ahora algunas personas se jactan de escucharlas, en plan ofendido agresivo: "¿Qué pasa? Soy un lolailo y escucho los Cuarenta, ¿y qué?"
Hay que apoyar a:
Los investigadores que ponen su ilusión y su talento en tareas que redundan en el beneficio común por cuatro duros mientras que muchos deportistas semianalfabetos ganan millonadas por hacer estupideces en las que intervienen de un modo u otro una esfera golpeable.
La política de integración forzosa de los inmigrantes, sobretodo de los musulmanes. Ah, ¿que no existe esa política? Entonces acabaremos mal.
La gente que es simpática no sólo con sus amistades. La gente que cuando estás mal te dice algo para animarte en lugar de aprovechar la ocasión para hundirte.
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