
“Brokeback Mountain” sigue sin gustarme: es buena, pero insulsa. O peor: es insuficiente. Su guión carece de dramatismo; una cosa es la contención y otra la falta de contenido. Por de pronto, narra una historia que se desarrolla a lo largo de veinte años. Habría sido mejor ceñirla a un lustro. Los dos vaqueros homos, que en realidad no son expuestos como tales, se acuestan nada más conocerse. Eso contradice el carácter que les han otorgado los guionistas. Lo que les cuadraba era enamorarse, sí, pero sin declaraciones, y sin sexo –o poco sexo-. Deberían haber estado planteándose su relación, o falta de relación, hasta que la muerte de uno de ellos, accidental o no, pusiera fin abrupto a la historia. Sí que están bien desarrollados los pormenores de falta de autoestima, las relaciones familiares anémicas, el fracaso desde la cuna... Pero eso no basta. No hay épica, no hay romanticismo. Se queda en una especie de análisis calvinista sobre la predestinación, con música country –que odio-, paisajes pintorescos, caballos y ovejas. Pero, aunque posible, no es plausible. Y tan lenta, tan larga, tan tediosa.
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