jueves, 7 de junio de 2007

Turquía no es Europa

El suplemento dominical de El País del 3 de junio publica un largo artículo de Juan Goytisolo consagrado a la situación política de Turquía.

A mí, evidentemente, los musulmanes no me la ponen tiesa y sigo viendo a los turcos como herederos directos de los corsarios que se fueron a pique en la bahía de Lepanto. Así que por mucho que Juan Goytisolo o Timothy Garton Ash intenten convencerme de que si todos nos convirtiéramos al islam se acabarían nuestros problemas, seguiré sin empalmarme cuando me atraque un marroquí a punta de navaja, cosa que puede suceder en cuanto baje a la calle porque en mi barrio proliferan los magrebíes de mal vivir. Respecto a los turcos, sólo me caerán simpáticos cuando los griegos liberen Constantinopla.

Gobierna Turquía un partido islamista que ha tenido que coserse la boca con hilo de acero para que no le traicione su verdadero ideario político. Recep Erdogan es presentable a los amigos, pero en esencia un musulmán fanático. Tiene la mente vuelta a Bruselas, pero el corazón lo tiene vuelto a la Meca. Si la democracia-cristiana es en esencia una derecha ilustrada y liberal, la democracia-musulmana es una fantasía de escritores bien pensantes propensos a la sodomía y al embrujo de los ojos moros. Por mí, estupendo: cada cual es muy libre (en el mundo occidental) de expresar sus filias y sus fobias. Pero no quiero que insistan en el carácter europeo de Turquía, y me exaspera el mantra “el islam es una religión de paz”, cuando desde el primerísimo momento (genocidio de los Banu Qurayza) ha dado muestras de ser todo lo contrario.

Por ejemplo, en el año 634 de nuestra era, el ejército de Abu Bakr invadió Mesopotamia, el Elam, Siria y lo que hoy algunos llaman Palestina y sus poblaciones fueron convertidas por la fuerza, cuando no pasadas a cuchillo.

El problema armenio. Transcribo el famoso telegrama secreto al gobernador de Alepo: "Finalmente se le ha comunicado que el Gobierno, por orden del Jemiet, ha decidido destruir por completo a todos los armenios que viven en Turquía, y poner fin a su existencia, por muy criminales que puedan ser las medidas a tomar, y sin tener en cuenta edad ni sexo, ni escrúpulos de conciencia". Que haya que promulgar leyes en pro o en contra de la memoria histórica es otro asunto. Pero los hechos son testarudos y, aunque admitan interpretaciones, están ahí.

Respecto a la tolerancia turca hacia otras religiones: según recientes estadísticas los cristianos han pasado de ser 4.500.000 ciudadanos a ser tan sólo 150.000 en menos de un siglo. Las clases de islam son obligatorias. En los documentos de identidad hay una casilla para la religión que se profesa. Se ha prohibido la enseñanza de la formación de sacerdotes asirios en el monasterio de Tur Abdin. Etc.

La Unión Europea no es un club cristiano, dicen los partidarios del ingreso de Turquía. Pues sí y no. Es un club laico, pero de una laicidad que surgió del cristianismo europeo. La idea de la UE no podría haber surgido ni en el Cuerno de Africa ni en la desembocadura del Indo. El islam no tiene cabida en Europa. Los bosnios, los albaneses y los kosovares nunca serán verdaderamente europeos porque sus antepasados, en lugar de combatir el islam como hicieron los navarros, los asturianos, los húngaros, los polacos, los valacos, los ucranianos, los rusos, los griegos y tantos otros, se cortaron el prepucio y se humillaron para adorar a un dios inexistente.

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