miércoles, 21 de noviembre de 2007

Paseos naturalísticos

Hace ¿treinta? años Caja de Ahorros de Navarra publicó una colección de fichas con recorridos por montes y llanos titulada “Paseos naturalísticos” que causó sensación. En cuanto llegaba el fin de semana la gente se lanzaba como loca por senderos sólo visibles tras una considerable ingesta de psicotrópicos cuando el concepto del GPS esperaba en una novela de Jules Verne a ser descubierto por un ingeniero alfabetizado.

Con su ficha en la mano, el insensato de turno se desojaba intentando averiguar si las rapaces que le sobrevolaban en círculos eran buitres negros o buitres leonados, se introducía con entusiasmo en zarzales impenetrables para olfatear el aroma de la amapola espinosa, observaba con interés ruinas neolíticas en nada diferenciables de las rocas naturales del terreno, y bebía de la charca más estancada y más llena de bichos como si se tratara de la fuente de la eterna juventud

Luego consultaba la brújula (sin comprenderla) mientras el sol declinaba a toda velocidad y el lugar era invadido por una espesísima niebla repentina, y echaba a correr cuesta abajo con terror y ralladas crecientes para salir a una carretera desierta y buscar el coche en un valle equivocado.

Ahora cualquier posmoderno se planta en una reserva integral con una impedimenta calcada de los marines. Pero en la época la gente era capaz de subir a la Mesa de los Tres Reyes en albornoz y chancletas, con una manzana por todo sustento, y la fotocopia de una fotocopia de una fotocopia de una ficha como toda orientación. Los senderos catalogados según grado de dificultad no existían y SOS Navarra sólo disponía de una Vespino para los rescates de montaña. Las cuadrillas de amigotes abandonaban a su suerte a los elementos más débiles del grupo. Nunca los lobos hambrientos y los pastores psicopáticos se lo han pasado mejor.

Las sendas antes limpias se han cubierto de vegetación o han sido arrastradas por corrimientos de tierra. Los muros de hormigón han sustituído al bocage. Han surgido nuevas urbanizaciones y se han abandonado aldeas. Donde pastaban las vacas nadan ahora las truchas y bosques de árboles centenarios son soy helechales rasos. Pero los fanáticos de los “Paseos naturalísticos” no se acobardan así como así.


Hay que apoyar a:

Quienes dicen la verdad. Creo que soy observador. Me fijo mucho en la gente, y deduzco motivos que determinan comportamientos, pero no sé hasta qué punto acierto en mis observaciones. No puedo acercarme a alguien para preguntarle, pongo por caso, si sus ojeras obedecen al mal dormir, al mal vivir o si son heredadas.

Y si responde, casi seguro que no dirá la verdad. Parece mentira: dos mil años de educación católica y la mayor parte de la gente no siente el menor reparo en mentir. A mí nunca dejarán de sorprenderme los intentos de los sociólogos por hallar el número exacto de, yo qué sé, xenófobos o de homosexuales en una población. Si la gente miente a lo loco en los sondeos anónimos de intención de voto, a pie de urna, ¿cómo va a decir la verdad en un cuestionario enviado a sus domicilios que incluya preguntas como “¿Aceptaría por cuñado a un moro?” o “¿Ha tenido alguna vez fantasías eróticas con su hijo adolescente?”?

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