martes, 3 de julio de 2007

Oveja que bala

En los últimos tiempos se ha puesto de moda lucir la pegatina de una ovejita en la parte trasera del coche. Yo pensaba que se trataba de un obsequio de alguna marca comercial porque no me cabe en la cabeza que nadie se gaste un céntimo en compartir un símbolo carente de significado con una multitud de iguales. Pues no. Se compran. En los mismos comercios donde antes vendían lauburus hasta que alguien les encontró una preocupante similitud con las svastikas nazis. Luego no carecen de significado, como creía yo y creen muchos navarros, votantes de UPN o de Comunión Carlista Tradicionalista y a quienes les daría un soponcio si supieran que esa ovejita consistente en un trazo nebuloso y cuatro patitas que parecen corcheas, representa con absoluta claridad la mayor tara consanguínea vasca: el borreguismo, propio de la gente que se enorgullece de descender del primer cro-magnon que se estableció en estas montañas y que, hablando un castellano digno de Góngora, considera al batua su “lengua materna”.

¿Por qué la gente aquí en el Norte (en el norte del sur de Europa, para entendernos) tiene ese terror a la independencia de juicio y al libre albedrío? Qué ridículas me parecen las cuadrillas de todo machos por un lado y de todo hembras por otro, que se mueven como homosexuales radicales partidarios de un apartheid social sin tonterías. Qué ridículo me parece el varón adulto que te confiesa con el orgullo de quien cree que la cantidad siempre es preferible a la calidad: “En nuestra cuadrilla somos 27 (o 44, o 56)”. Y tú comentas “Ah, ya, qué interesante. ¿Y cuántos son tus amigos?” y no te responde porque le has dejado con el culo al aire y notas cómo se pone a pensar, y te llega un eco de tuercas y émbolos oxidados mientras el tipo da un repaso a sus sentimientos y comprende que nunca se quedaría a solas con la mayor parte de los garrulos con quienes acude cada dos domingos al estadio de futbol para pillar una cogorza.

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