martes, 21 de agosto de 2007

Quinto Centenario

Llevo tiempo preguntándome qué estará preparando el gobierno para conmemorar la invasión castellana de 1.512 y el final de la independencia del reino. ¿Habrá alguna comisión trabajando en el asunto? Seguro que no. Me juego cualquier cosa a que la nebulosa abertzale lleva años estrujándose la cabeza para reivindicar algo en lo que sus antepasados no fueron víctimas sino ejecutores. A que en Barad-Dûr (quiero decir, en Sabin-Etxêa) existe ya una partida presupuestaria sobradísima para pagar banderines, pancartas, txistularis, bertsolaris y cuadros vivientes. Y páginas web. Hagan lo que hagan será espectacular y de repercusión planetaria. Reescribirán la historia y cosecharán votos.

El gobierno de Navarra (da igual que sea regionalista o socialista) improvisará una alubiada popular y una misa a todo correr en Javier –ni siquiera en Amaiur o en Noain- ellos de frac y ellas de roncalesa rodeados de maceros con las pelucas puestas sin haberse mirado al espejo. Y Jaime Ignacio del Burgo se pondrá a dar saltitos porque incluso esa mierda le parecerá demasiado para un patriota español como él.

¿Navarra se avergüenza de su pasado?

Siempre me he preguntado por qué la reina Catalina no tiene una triste calle en Pamplona y sin embargo su consorte, Juan de Labrit, sí. Por qué Carlos III, que fue un monarca aburrido amante de las flores y de la filatelia, tiene una avenida enorme y su padre Carlos II, conspirador y batallador, interesante a más no poder, no tiene ni siquiera un callejón sin salida.

El caballero de la foto es Enrique III de Navarra (IV de Francia). El monumento se encuentra en París. En Pamplona la única estatua de un rey propio (la de Iñigo Arista es una broma de mal gusto y me niego a considerarla), colocada muy recientemente, pertenece Carlos III donde aparece como un muchacho oligofrénico interno en un orfelinato y vestido para la función de fin de curso, sobre una majestuosa pilastra de 1,20 mts. de altura en genuino silestone.

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