lunes, 2 de abril de 2007

Todos somos provincianos

Javier de Burgos, mediante los decretos de nueva planta de 1833, estableció un nuevo orden territorial de España y creó las primeras provincias, en número de cuarenta y nueve, demarcaciones más o menos caprichosas en torno a una ciudad. Así hablamos hoy en día de la provincia de Burgos o de la provincia de Zaragoza, porque son territorios que arropan a esas capitales. Navarra y las Vascongadas, que conservaron su integridad territorial, reciben la denominación de provincia, pero en realidad son territorios históricos de otra naturaleza.
El gobierno de José Bonaparte también intentó un nuevo orden provincial proponiendo el sistema de nominación de los departamentos franceses, basado en los ríos. Por suerte, la idea no prosperó. ¿Qué habrían hecho en Almería o en Mallorca, etc. donde no hay ríos ni siquiera navegables a caballo? Posteriormente se crearon provincias que ahora nos parecen exóticas como Cuba, Puerto Rico, Villafranca del Bierzo o Calatayud, que al final se eliminaron, y hubo unos cuantos titubeos a la hora de adjudicar territorios en litigio, como la ciudad de Irún o la comarca de Laguardia.

En la época de Javier de Burgos no habría muchas personas que compartieran su nombre de pila. Debía de ser como poner hoy en día a un niño Yéremi, Kevin o Stalin. Vale, éstos sólo se emplean en el altiplano boliviano y sus alrededores, pero el santoral católico proporciona nombres que marcan a quienes los portan según la moda del momento, y que suenan raro hasta que dicha moda pasa y nuestros oídos se acostumbran. Por ejemplo: Borja y Goretti. Borja no es un nombre pijo, no señor: es un topónimo asociado a un santo como Javier, o como Lourdes… Ya, terminando de desbarrar, ¿por qué las Bernadette del resto del mundo son Lourdes en España?

Hay que acabar con:

Los futbolistas con las piernas depiladas. Lo propio de un hombre masculino es tener vello abundante, señores asesores de imagen de los clubes deportivos. Puedo admitir que los nadadores se afeiten el cuerpo y las extremidades, pues está demostrado que mejoran sus registros pero, ¿los futbolistas, los ciclistas, los tenistas…, por qué?.

La ropa interior masculina diseñada o por mujeres o por eunucos.

El galicismo "a día de hoy". Cuanto mejor decir "hoy" a secas. También la manía periodística de eliminar el artículo de La Moncloa, La Zarzuela, El Tibet o El Japón (y sin embargo se dice "El Osasuna", qué misterios). Otra cosa que me sorprende de los periodistas contemporáneos es su tendencia a pronunciar todos los vocablos extranjeros según el ejemplo fonético del inglés. De acuerdo a un cronista de deportes no se le puede pedir fondo de armario cultural, pero a uno de de política internacional sí, y éstos suelen ser los peores.

Hay que apoyar a:

El prepucio. Hay una conspiración judeomasónica que desea circuncidarnos a todos esgrimiendo los más peregrinos informes médicos. Ahora dicen que la circuncisión es un buen remedio contra la transmisión de sida en Africa. También dicen que evita el cáncer del cuello de útero. Al parecer, el esmegma contamina tanto como una pequeña central nuclear rusa.

Los hombres tenemos que defender el prepucio con el mismo ardor con que defienden las mujeres sus batiburrillos vaginales. El prepucio proporciona placer a quien lo posee, y protege la parte más delicada de la anatomía masculina. Por si fuera poco, marca la diferencia entre civilización y barbarie. Si los árabes, los estadounidenses y los israelíes conservaran sus prepucios estaríamos a punto de alcanzar la paz mundial.

La idea de trasladar la capital de España a otra ciudad. Madrid es demasiado grande, está demasiado en obras, y no tiene población autóctona. Es tan representativa de España como lo es Eurodisney de Francia. Propongo la candidatura de Teruel: así matamos dos pájaros de un tiro. Teruel por fin existiría, y Madrid volvería a ser el poblachón manchego (¿o era alcarreño?) con el que sueña.

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