sábado, 22 de septiembre de 2007

Una mezquita en el Albaicín

Ayer me encontré con un policía, que me puso al corriente de ciertas historias que afectan a algunos parientes comunes en un pueblo de la Ribera.

Bien, el caso es que entre un cotilleo y otro, me contó que hace unas semanas, una sobrina suya (y mía) estuvo a punto de ser violada por un marroquí en la puerta de su casa. Mi madre me contó algo sobre el particular pero conociendo mi posición respecto al islam y los musulmanes en general, dijo que la víctima había sido otra chica. Total, llegué a comer sulfurado como una mona, que diría Albert Boadella, y voy y leo un artículo de mi fondo de recortes pendientes de archivo, relativo a la construcción de una mezquita en el Albaicín granadino.

Soy partidario de la reciprocidad en todos los aspectos de la vida. Si yo permito que tus niños hagan ruido jugando, espero que tú no te mosquees por el volumen de mi tocadiscos. A veces incluso puedo ser generoso sin esperar tal reciprocidad: eso es altruismo. A título individual.

Que una administración sea altruista es claramente un abuso o una dejación de funciones. O algo mucho peor. En materia religiosa, la reciprocidad debería ser un principio insoslayable. Si se permite la enseñanza a las órdenes religiosas, éstas deben renunciar a la financiación pública. Si se permite la celebración de fiestas de guardar, que la Conferencia Episcopal no se inmiscuya en la vida de los no creyentes. Si se permite el proselitismo a una fe determinada, habrá que asegurarse de que en el país de origen de esos proselitistas nosotros podamos hacer lo propio con libertad..

Y con el islam eso no se cumple jamás. Como mucho, en los países considerados progresistas –Marruecos, Túnez y tal vez Jordania-, se consiente que los cristianos celebren sus ritos, y punto. En otros, está terminantemente prohibido –Arabia, Sudán-. La prohibición entraña la pena de muerte. En otros países, como Siria, Egipto o Irán, con importantes comunidades no musulmanas anteriores a la difusión del islam, se presiona para la conversión de sus miembros, aunque teóricamente estén protegidos por ley. En todos las naciones musulmanas, con sharia o sin ella, la apostasía se condena con la pena capital. El único país donde existe cierta libertad religiosa es Bahrein, pero desde hace un par de años, porque su tirano de turno, más ilustrado que el resto, llegó a la conclusión de que no puede exigir libertad de culto a occidente si en su país no se ofrece esa elemental contrapartida.

Bien. Resulta que para todos los árabes, España es tierra reconquistable (hasta el Duero y hasta el Ebro, como mínimo) y están en ello. Aquí en Pamplona han intentado conseguir autorización para abrir un cementerio musulmán. En Granada han abierto una mezquita cuyo minarete pretendía ser más alto que el campanario de no sé qué iglesia que se construyó para celebrar la caída de la taifa nazarí. Las autoridades andaluzas se percataron del asunto y dieron el permiso siempre y cuando redujeran el minarete. Bueno, eso es anecdótico. Lo que no es anecdótico son los tres millones de euros que costó el capricho, financiados por un emir de la Costa de los Piratas. Imagínate la que se armaría si el gran duque de Luxemburgo abriera una catedral en Damasco, por ejemplo, cuyo campanario dejase en ridículo a la mezquita más importante de la ciudad y que bajo la tapadera de dar atención religiosa a la colonia luxemburguesa de Siria trabajara secretamente por el retorno triunfal del cristianismo a unas tierras que cayeron en el poder del islam en el siglo séptimo.

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