jueves, 27 de septiembre de 2007

La ley del mínimo esfuerzo

Repasando unas estadísticas sobre alumnos inmigrantes aparecidas recientemente en la prensa, he confirmado mis sospechas acerca de las diferencias de actitud que observo entre los chinos y los moros. Mientras que los primeros, siempre que les resulta posible, envían a sus hijos a centros privados porque el nivel de enseñanza es más elevado y porque se les inculca una disciplina, los segundos pasan olímpicamente de cualquier sutileza, envían a sus hijos varones a la pública sólo porque es gratuita con la esperanza de que se pongan a trabajar cuanto antes, y retiran a las chicas sin haber completado su escolaridad para casarlas por la fuerza con el primo tercero que cuida cabras en una aldea del Rif. Resultado: en dos generaciones los chinos alcanzan la judicatura mientras los moros siguen vendiendo alfombras de poliéster por las casas.

Hay que acabar con:

El aburrimiento en el vestir.

Arte es un canal de televisión franco-alemán que debería ser obligatorio por decreto. Hace poco vi un programa suizo acerca de la evolución de la vestimenta en Europa. Estuvo muy bien. Resulta que hasta el siglo XI tanto hombres como mujeres llevaban la misma ropa. Si el hombre tenía que combatir, se echaba por encima una cota de malla, se ponía un yelmo, y listo. Pero cuando empezaron a desarrollarse las armaduras hubo que inventar una prenda que cubriese las piernas separadamente. Sólo una minoría privilegiada llevaba armadura pero entonces, como hoy, las minorías privilegiadas eran modelo para el resto de la sociedad, y todos los hombres empezaron a llevar calzas, que luego evolucionaron hasta el pantalón mientras que las mujeres siguieron llevando sayas hasta comienzos del siglo XX.

Los artífices del programa se preguntaban por qué la ropa femenina es mucho más variada y más colorida que la masculina, y no fueron capaces de llegar a ninguna conclusión. Es curioso que mientras los hombres asiáticos, en sus atavíos tradicionales de gala, mezclen colores, estampados y tejidos a lo loco los europeos nos vistamos aburridamente de gris o de negro. Las europeas tienen mayor libertad, pero relativa. Ni la aristócrata inglesa más echada pa’lante es capaz de conjuntar rayas con topos y estampados de cachemir con mariposas y efectos estroboscópicos, mientras que cualquier cajera de un supermercado japonés se pone todo eso y un peluche en la cabeza y resulta elegantísima.

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