martes, 8 de mayo de 2007

Aaah..., de Moscú a NuevaYork...

El domingo fui con la prensa a cuestas a un bar de esos como hay miles en esta ciudad, sin otros periódicos que los regionales y a lo sumo, el Marca. No es como para pretender que ofrezcan Le Monde Diplomatique. Los tres o cuatro que ponen a disposición a sus clientes El País o El Mundo están siempre de bote en bote y suelen tener lista de espera, así que normalmente acudo con mi propio periódico bajo el brazo.

Me senté frente a un grupo que inmediatamente atrajo mi atención: seis personas de aspecto balcánico que no decían ni mú, alrededor de unos vasos de refrescos con telarañas. No me habría fijado si no hubiese sido porque los seis miraban insistentemente a un tipo sentado en la mesa de al lado, el típico señor casado y del montón aunque con pintas de haber sido, cuando vivía, jugador de rugby universitario y exitoso con las mujeres.

El grupo de balcánicos (agucé el oído todo cuanto pude y les calé: rumanos) estaba integrado por un matrimonio y sus cuatro hijos, dos chicos y dos chicas. Vistos muy por encima todos parecían de la misma edad; los padres demasiado bien conservados, y los hijos prematuramente envejecidos. Nunca dejará de sorprenderme lo pronto que se reproduce la gente en otros países.

La hija menor, una especie de ex-nínfula con demasiadas curvas, era la que más miraba al señor de la otra mesa. Me planteé que tal vez no fuera un grupo familiar, sino el reparto de una película porno en un descanso para reponer fuerzas (habían tomado Biosolan y Aquarius y esas cosas y todos parecían muy cansados). Pero no, claro.

No pude entender lo poco que decían porque a mi lado se habían sentado dos chicas (vestidas con chandal) que comentaban a grito limpio sus planes para el fin de semana. No eran sordomudas, ni particularmente tontas. Sólo egoístas. Hablaban como si el bar estuviese vacío y prepararan las cuerdas vocales para un casting de “La Revoltosa” o de “La Verbena de la Paloma”. Total, que aunque no había manera de aclararse yo me esforzaba en entender algo. Deformación profesional.

¿Qué tenía ese tipo de particular? No era especialente guapo, no había pagado con un billete de 500 euros, no lucía una ropa muy cara, ni llevaba reloj. Y sin embargo, la hija adolescente no le quitaba ojo, y los demás también le miraban mucho. Igual estaban al quite por si ella se le lanzaba a la yugular (a la yugular de la entrepierna). En mi vida no me he cruzado con tantas ninfómanas como James Bond, pero reconozco a una en cuanto la veo. Esa chica estaba humedeciendo las bragas (en el supuesto de que las llevara puestas). Pero había algo más. Y no lo descubrí, por culpa de las dos inútiles sentadas a mi lado.

El hombre felizmente casado (supongámoslo así: su mujer era una preciosidad rubia y sus dos niños, deliciosos) se levantó y se fue sin haberse enterado de nada, y la familia rumana, acabada la diversión, se puso en pie con mucho trabajo y desapareció.

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