miércoles, 16 de mayo de 2007

Un hombre solo

Caminaba por la calle a la par (bueno, unos metros por detrás) de un hombre maduro (pero intemporal) muy interesante y no pude evitar fijarme. Además, coincidíamos en los pasos de cebra. De esos tipos muy guapos pero nada espectaculares que luchan por pasar desapercibidos y que, de una manera u otra, despistan el radar de las buscalíos más peligrosas. De esos tipos que pudiendo acostarse con quienes quisieran se casan con chicas ultradecentes a las que conocen nada más iniciada su pubertad y a las que son rigurosamente fieles desde el primer beso robado.

Viril sin exageraciones ni tonterías. Aspecto saludable. Rasgos impecables. Un cabello castaño (en su infancia, rubio) estupendo, bien cortado. Hombros anchos y rectos, y una proporción ideal respecto a la longitud de brazos y de piernas. Vello por encima del cuello de la camisa. Mediana estatura y planta atlética del natural: sin mantenimiento. Ausencia absoluta de tripa.

Llevaba ropa muy usada, muy lavada que le sentaba como un guante. Habría estado igual de bien con una camiseta de poliéster raída y agujereada que con un traje de seda italiana hecho a medida

Inmediatamente supe que era inteligente. No sé, tal vez no listo, pero sí inteligente. No fue por adornar con virtudes intelectuales a quien parece tener todas las físicas, digamos que lo deduje por su actitud. El mismo tipo caminando de otra manera, con un corte de pelo distinto, con una sudadera llena de letras en inglés, con unas deportivas de colorines criminales o al lado de un pit bull terrier, habría transmitido una impresión totalmente distinta.

¿A qué se dedicará? Probablemente desempeña un oficio de esos mal considerados, mal pagados, sin el prestigio social de los apoderados de banca o de los agentes inmobiliarios, de los estomatólogos o de los letrados, pero mucho más interesante. No sé, tal vez guarda forestal o liquidador de centrales nucleares, o pescador de altura (no, tenía una piel casi perfecta). Fundidor de campanas o cazador de fieras vivas, algo así.

Hay que acabar con:
La política-ficción:
"Alguna vez me he preguntado qué pasaría si un país que no funciona, tipo Ecuador o Argentina, decidiera autodeterminarse al revés. O sea, no reclamar la independencia, sino la dependencia. Que no se limitara a adoptar el dolar como moneda de cambio, sino que pidiese la anexión por parte de los EE.UU., o la vuelta al redil de la Corona Española. ¿A que sería chocante? Aquí mareando la perdiz de la autodeterminación de Treviño, y medio continente americano suspirando por ser convertir a sus ciudadanos en europeos de ultramar".
(Este delirio de política-ficción no es mío sino de Rebeca Manderley.)

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