martes, 1 de mayo de 2007

Están locos estos italianos

La RAI nunca dejará de sorprenderme con su mezcla entre lo profundo y lo superficial. Tiene montones de programas de debate en todas las franjas horarias, pero en su esfuerzo por que no sean aburridos terminan siendo esperpénticos.

No importa el tema que se aborde, alrededor de los invitados hay centenares de espectadores escogidos por su fotogenia, vestidos a la última, y peinados con gusto exquisito. Todas las presentadoras, independientemente de su edad (las hay bastante veteranas), van tan maquilladas que no corren el menor peligro de que nadie (ni sus propias madres) las reconozca con la cara limpia (operada en el 95% de los casos).

Siempre interviene via satélite algún corresponsal en el extranjero aunque estén tratando temas estrictamente italianos (“El gorgojo del gorgonzola” o “Vulcanología siciliana”), algún militar uniformado y algún sacerdote semiprogre pero con sotana, expertos en las ramas más pintorescas del saber. Hasta ahí muy bien. Pero de repente aparece una vedette impresionante rodeada por una veintena de bailarines descoyuntándose como locos mientras al fondo dos contertulios llegan al ataque de apoplejía (todo el mundo habla a la vez, y los moderadores están de sobra) y te encuentras con que en un debate sobre “La angustia y la soledad” no cabe un alfiler –naturalmente, vestido de fiesta- y que los espectadores de adorno sonríen a la cámara pasando del historia esperando que les pille un cazatalentos de Cinecittà.

Y la semana siguiente, en un debate titulado “La guerra en Irak” está el mismo fondo de público y más o menos los mismos invitados (y creo que las mismas presentadoras, pero con un maquillaje distinto) con exactamente la misma actitud.

He llegado a la conclusión de que el cine de Federico Fellini es costumbrista.


Hay que acabar con:

Los bares. Para lo que cobran y lo que ofrecen, ya no tienen sentido. Cafés con leche de ínfima calidad, vasos rallados, cucharillas torcidas, plazos y tazas de batalla (pero de batalla de hace cien años) desportillados, pinchos de tortilla sin patata y sin huevo, servicios imposibles o inlimpiables, una atención normalmente deficiente, teles atronando, guías telefónicas llenas de pegotes y de manchas, sillas cojas, taburetes sin barra donde apoyar los pies, y en Castilla y especialmente en Madrid, unas decoraciones horrorosas… Todo a precios disparatados. No me extraña que los jovenzuelos se reúnan, aunque esté helando o caigan chuzos de punta, en parques y plazas alrededor de botellas compradas baratitas en el supermercado más cercano. Lo que me extraña es que los adultos no hagamos lo mismo (tal vez con ropa más abrigada, y bajo mejores paraguas). El margen de beneficios de la hostelería es escandaloso. Cualquier palurdo con algo de dinero monta un bar y hala, a forrarse. Y que no me digan que los fríen a impuestos porque todos tienen caja A, caja B y se tercia, caja Z. y además los camareros y los cocineros son inmigrantes que aceptan cualquier condición laboral y cualquier recorte salarial. Y por si fuera poco, el euro juega a su favor.

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