sábado, 8 de diciembre de 2007

Mafioso pericoloso

Estos días la prensa ha publicado unos cuantos artículos lamentando el final de la serie “Los Soprano”. Debo de ser un rarito, porque me alegro de que haya terminado por fin. Empecé a verla con cierto interés –formalmente es correcta- pero me cansé en seguida. No me gustan los mafiosos, y menos cuando son mafiosos gordos.

No comprendo la fascinación que ejerce el Mal en algunos críticos, en algunos guionistas. Me da igual que Tony Soprano vaya a una psicóloga y que en el fondo sea un buen padre (yo no lo tendría en cuenta si me estuviera encañonando con un revólver, la verdad). Encuentro profundamente desagradable (y tediosa) la saga de “El Padrino”, y si me gustó “El honor de los Prizzi” fue sólo porque se trata de una comedia. Yo creo que todos esos críticos y esos guionistas, que orinan Obsession cada vez que un mafioso descapulla la pistola para liarse a dar tiros, con ese gesto masturbatorio tan de película, deberían pasar una velada en compaía una pandilla de sicarios adolescentes, me da igual si calabreses o colombianos, a ver si empiezan a comprender que una víctima es algo más que un elemento suprimible en la composición de una escena.

No encuentro ningún atractivo en unos tipos que se visten como porteros de casas de putas y que matan sin ningún tipo de escrúpulo para quedar libre de pecado mediante el poco meritorio sistema de confesarse antes de morir. A un sacerdote que luego dará lecciones de moral a diestro y siniestro y condenará a los homosexuales y a los teólogos de la liberación por conducta desordenada.

No me gustan las muertes gratuitas en el cine (dejaremos para otro día el tema de los psicópatas), la falta de sufrimiento, de remordimientos, la total ausencia de verosimilitud. Las series estadounidenses están cada día más alejadas de la realidad. De la realidad americana y de la realidad real. Me aburren. Entre “Los Soprano” y “Star Trek” no hay demasiada diferencia. “Twin Peaks” era mucho más plausible que “A dos metros bajo tierra”, por ejemplo, a pesar de los desbarres de David Lynch y Mark Frost.

En el fondo es un problema de inspiración y de vagancia. Resulta mucho más cómodo seguir un camino trillado. Producir comedias “tipo”. Tipo “Aquí no hay quien viva”. Tipo “Pasión en el Orinoco”. Tipo “Autopsia mortal”. Y el colmo de la originalidad consiste en meter un perro en una serie policíaca. Cuánto mejor “Los Sopranistas” antes que “Los Soprano” -una serie corta (por cojones) acerca de las desventuras familiares de unos cantantes de ópera barroca de voz aguda que deciden prescindir de lo imprescindible para hacer carrera artística-.

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