lunes, 24 de diciembre de 2007

Quelq'un m'a dit que je suis une salope

Carla Bruni es la nueva amante oficial de Nicolás Sarkozy y la prueba concluyente de que el romanticismo femenino es un mito.

Parece que tanto el poder como el dinero sean los mejores afrodisíacos (o tónicos cardíacos) de un buen número de mujeres. Supongo que Carla Bruni nunca podría enamorarse de su maquillador, del camarero del bar de abajo, ni de un oficinista de su compañía discográfica. El candidato tiene que ser por lo menos un Rolling Stone, o un ex-dictador bananero con un triple by-pass. O sea: un muerto viviente archimillonario.

Me estoy imaginando a la portera de la señorita Bruni, intentando presentarle a un sobrino “muy majo” para concertar una cita: “Jean François es un buen chico licenciado en Filosofía, guapo, alto, atlético y excepcionalmente bien dotado, muy apreciado y con muchísimos amigos. Ha cumplido 30 años y trabaja en una panadería pero su tiempo libre lo dedica a una fundación de ayuda a niños hiperactivos. Vive en un ático con su madre y dos gatos y lleva ya algún un tiempo sin salir en serio con una chica y a mí se me había ocurrido…”

Carla Bruni bostezando y rascándose debajo del sujetador mientras piensa de qué color se va a teñir el pelo esa semana.

Al rato le telefonea el relaciones públicas de una casa de putas de superlujo: “Srta. Bruni, hay un magnate indonesio interesadísimo en conocerla. Mide 1,55 y pesa 130 kilos y le sale pelo por las orejas, es aburridísimo y tiene halitosis, pero ayer cerró una factoría de automóviles y despidió a 7.000 trabajadores sin pestañear”.

Y seguro que a Carla Bruni se le ponen las pupilas como las de Pikachu después de un chute de metadona.

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