viernes, 21 de diciembre de 2007

Un navarro del montón


vasco vulgaris paedicator, Linnaeus 1.752

Ferminico (Fermintxo para los socios de la peña) es gregario hasta la médula, pero sufre en silencio por su falta de personalidad. Tiene amigotes (más que amigos) y se siente muy incómodo en presencia de mujeres porque no sabe mantener una conversación. Disimula esta incapacidad mediante un conocimiento enciclopédico de futbol y ciclismo, pero el truco sólo funciona con otros ejemplares macho de su misma subespecie.

Ferminico fue un monaguillo ejemplar hasta que empezó a matarse a pajas en las Javieradas, a las que acudía no por fe religiosa, sino porque era lo que hacían sus compañeros y lo que se esperaba de él. Por esta misma razón ha corrido en los encierros (a 300 metros de los toros, y durante no más de 15’’, una vez al año.) Aficionado al montañismo, otra religión, y a las borracheras de fin de semana. Nunca bailó hasta que su primera novia formal, una fanática de la salsa y de los mulatos peligrosos, le amenazó con dejarle por soso.

Ideológicamente Ferminico es ultraconservador y vota a UPN aunque se camufla: le gusta saludar y despedirse en euskera, y ha puesto a sus perros y a sus hijos nombres sabinianos si bien desconfía profundamente de varduli, caristii y autrigones.

Ferminico fue un alumno aplicado pero del montón, y si creció en el ambiente adecuado, escogió una carrera memorística o una ingeniería suave; si no, se decantó por el negocio familiar o ingresó en una fábrica. Considera que nadie puede hacerle sombra laboral, aunque íntimamente duda de sus capacidades porque nunca ha competido en justa lid por un empleo. Entró a trabajar en una empresa con enchufe, pasó una mili comodísima con enchufe y consiguió una vivienda de protección oficial con enchufe (que desclasificó en cuanto pudo y vendió por una fortuna para comprar una casita en un guetto finolis de los alrededores de la capital.) Harto de hacer de taxista de sus hijos, quiere volver al centro de la ciudad, pero su esposa no está de acuerdo porque es aficionada a la jardinería.

Se casó con su única novia decente (virgen) porque las anteriores sólo servían para follar, y estuvo de luna de miel en la república Dominicana o en Egipto, donde sufrieron una gastroenteritis y una crisis conyugal porque ella demandaba romanticismo y a él se le iban los ojos detrás de todas las chicas atractivas (e incluso detrás de algún cardo). Han tenido tres hijos, a los que bautizaron y comulgaron para no disgustar a sus padres, y todavía están pagando el crédito. Ferminico compra a sus hijos cantidades industriales de juguetes para compensar una infancia desdichada (la suya, y la de ellos). Les entrega los regalos por mediación del Olentzero, de Papá Noel y de los Reyes Magos, del Ratoncito Pérez y de San Nicolás. Se lleva bien con la familia de su mujer, pero prefiere la propia porque a la política le falla algún apellido. Puede partirte la cara si le llamas racista (o clasista, o capitalista, o sexista). Siguiendo con otros adjetivos acabados en -ista: se considera ecologista, pero eso no le impide moverse en 4x4 (de fabricación coreana) por zonas protegidas y pasar el invierno en gayumbos y chancletas con los radiadores del chalet al rojo vivo.

Ferminico ha tonteado con el Opus Dei, por agradar a sus padres y con la vista puesta en estudiar gratis una carrera en la Universidad de Navarra, pero nunca firmó su ingreso en la secta, que encuentra tenebrosa. Acude a misa los domingos y finge seguir el sermón pero en realidad recrea sus fantasías eróticas con la chica llena de piercings de la gasolinera o con la secretaria tetuda de su jefe.

Ferminico se echó una amante para paliar la crisis de los cuarenta. Una mujer sin carácter casada por error con un hombre al que no quería, necesitada de un espejismo de pasión antes de volverse menopáusica. Su esposa descubrió la aventura y exigió el divorcio, y Ferminico hizo cuentas y comprendió que no le compensaba, así que se reconciliaron. El disgusto le desencadenó una arritmia, y por consejo del médico se puso a jugar al paddle o al golf, lo que le provocó un infarto en toda regla.

La vida social de Ferminico se limita a cenas con otros matrimonios amigos que le aburren soberanamente y a las reuniones familiares, donde se pelea con sus cuñadas y sus primos. Ha empezado a tomar viagra, y a frecuentar prostitutas para aprovechar las erecciones aunque tiene miedo de las enfermedades venéreas. No encuentra nada degradante en este recurso y piensa que tan triste es pagar por echar un polvo como pagar por contarle a alguien tus cuitas (su esposa acude a la consulta de un psicólogo)

Está haciendo planes para la jubilación (dar largos paseos, estudiar inglés, pintar) y discute con su yerno, a quien aprecia, la conveniencia de ser incinerado.

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