domingo, 7 de octubre de 2007

Cúbreme

Más de una vez he pasado frente al ayuntamiento y he notado que a parte de la inevitable nube de turistas que se fotografía ante la fachada, lo único que queda del edificio original (muy representativo de una ciudad que sólo es apariencia), suele haber cuadrillas de hombretones indolentes que matan el rato apoyados contra los bajos de Casa Seminario, cotilleando sin parar y fumando como chimeneas. Pensaba que serían los conductores de los concejales pero un amigo me sacó del error: “son guardaespaldas” dijo.

Hasta en este oficio hay categorías, pensé. Los guardaespaldas de los empresarios amenazados pueden ir de sport, pero ofrecen un aspecto de máxima confianza; los de los políticos forales suelen llevar traje, y parece que dediquen todo su tiempo libre al deporte. Los de los jueces pueden llevar traje, que les sienta como un frac a un lolailo, y no suelen estar muy en forma (pero conservan la línea), sin embargo podrían pegarle un tiro a una mosca con una carabina de feria.

Los guardaespaldas municipales parecen temporeros moldavos vestidos y duchados en los locales de las Hermanitas de los Pobres, su estado físico es algo que ya fue, y su puntería no alcanza a mear dentro de la taza.

Pero los de la alcaldesa parecen geos israelíes. Y es que Yolanda Barcina no es tonta. No señor.

Si yo tuviera que, je je, llevar guardaespaldas contrataría a unos esquizoides de esos que protegen a Tzipi Livni. Cuadradotes, altísimos y musculosos, con pintas de poder sobrevivir un mes en el desierto del Neguev comiendo antenas de saltamontes, y capaces de desactivar una bomba a ciegas en la oscuridad.

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