sábado, 19 de enero de 2008

"Aquí no eres un extraño"

He leído el estupendo libro de relatos de Adam Haslett. Está razonablemente bien escrito y brilla desde la opacidad.

Me gusta “Aquí no eres un extraño” a pesar de que la mitad de sus nueve relatos caminan por un solo lado de la acera porque es tan diferente a la narrativa estadounidense que he leído en los últimos tiempos... El tono de la obra no es trágico, ni melancólico y los personales están bien construidos aunque todos pertenecen a una clase social acomodada (como si un mecánico o una cocinera no pudieran albergar en sus corazones la misma lírica ajustada que sus catedráticos de universidad y sus abogados). Me gusta una frase que cierra un párrafo del relato menos conseguido: “No todos los destinos se parecen; no todo el mundo termina viviendo en pareja y enamorado”. Hace referencia a un hombre que finge no sentirse infeliz, aunque depositó sus ilusiones en alguien que no supo o no pudo atenderlas... El mejor relato es “El principio del dolor”, y con diferencia, donde se expone el estupor masoquista que un chico aprovechable provoca en un compañero suyo del colegio, aturdido por la súbita desaparición de sus padres. Pero el que más me gusta es “El buen doctor”, que expone una situación familiar tremenda desde la perspectiva de un médico rural sobrado de vocación. En general, a parte de una simpatía profunda hacia el ser humano, percibo en esta colección una aún más profunda religiosidad; y sin embargo no me sorprendería que el autor fuese no ya agnóstico sino ateo. Y en cualquier caso, y se agradece, no es el típico escritor estadounidense egomaníaco que sólo sabe escribir acerca de sí mismo.

Hay que acabar con:

Los maratones de aerobic. Pasé por el pabellón de deportes Anaitasuna y entré para echar un vistazo. El aerobic siempre me ha pareció un deporte propio de fracasadas escolares superficiales adictas a las compras y a la comida basura. Pero claro, si reúnes a 200 de esas chicas (y unos 25 chicos) en envidiable forma física bajo el mismo techo, y las pones a bailar con marcialidad prusiana y sincronía japonesa, te imaginas a Leni Riefenstahl babeando y a la plana mayor del III Reich con el brazo en alto y, curiosamente, dan ganas de sumarse a la fiesta.

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