Nunca dejará de sorprenderme la facilidad con que algunas personas se adaptan a una sociedad desconocida, aunque también me sorprende que otras se aferren como lapas a su idiosincrasia original y la exageren hasta la caricatura, que no sólo no pierdan el acento al cabo de veinte años sino que encima te lo contagien.
Supongo que lo sensato es encontrar un equilibrio: te interesas por la cultura de la sociedad de acogida y conservas los elementos más conservables de la tuya propia, sin avergonzarte de ellos y sin imponérselos a los nativos. Así evitas romper con tu esencia y evitas también que tus nuevos conciudadanos te miren mal. Porque existe –por lo menos aquí- una sutil discriminación hacia el venido de fuera y según sean tus apellidos no bastarán cuatrocientos años de antepasados que hayan pisado estas tierras para hacer de ti un navarro a carta cabal.
Yo creo que si vienes de un país o de una región distante para hacer aquí tu vida, debes interesarte por la cultura local símplemente como muestra de sentido común, para facilitar tu aclimatación, y por respeto a la sociedad que te recibe.
Pero lo que no puedes hacer es bajarte del tren, graparte una boina en la cabeza y ponerte a bailar el aurresku o la jota como si estuvieras poseído por el espíritu del último cro-magnon. Lo más curioso es que estos fenómenos de la superadaptación casi siempre eligen la variante abertzale de la panoplia navarra, no la carlista o la ultraconservadora. Bueno, ultraconservadoras son todas ahora que lo pienso. Hasta la vanguardia artística pamplonesa lo es. Supongo que si fueran a vivir al sur de Suecia se convertirían como por arte de magia en lapones.
Lo más chocante es que miran a los nativos por encima del hombro. Tú les comentas que no hablas ni una palabra de salacenco o que no diferencias una oveja churra de otra lacha y te miran como si buscaras el desayuno en los contenedores de una clínica abortista. El síndrome se agrava cuando el superadaptado se ha criado en Canarias o en Extremadura (no sé por qué: habrá que estudiarlo)
Hay que acabar con:
Los reposteros navarros, mecagüen lá: por cada festividad sacan un dulce “con siglos de tradición”. Navarra debe de ser el único lugar del mundo donde el tiempo inmemorial se mide por horas.
Supongo que lo sensato es encontrar un equilibrio: te interesas por la cultura de la sociedad de acogida y conservas los elementos más conservables de la tuya propia, sin avergonzarte de ellos y sin imponérselos a los nativos. Así evitas romper con tu esencia y evitas también que tus nuevos conciudadanos te miren mal. Porque existe –por lo menos aquí- una sutil discriminación hacia el venido de fuera y según sean tus apellidos no bastarán cuatrocientos años de antepasados que hayan pisado estas tierras para hacer de ti un navarro a carta cabal.
Yo creo que si vienes de un país o de una región distante para hacer aquí tu vida, debes interesarte por la cultura local símplemente como muestra de sentido común, para facilitar tu aclimatación, y por respeto a la sociedad que te recibe.
Pero lo que no puedes hacer es bajarte del tren, graparte una boina en la cabeza y ponerte a bailar el aurresku o la jota como si estuvieras poseído por el espíritu del último cro-magnon. Lo más curioso es que estos fenómenos de la superadaptación casi siempre eligen la variante abertzale de la panoplia navarra, no la carlista o la ultraconservadora. Bueno, ultraconservadoras son todas ahora que lo pienso. Hasta la vanguardia artística pamplonesa lo es. Supongo que si fueran a vivir al sur de Suecia se convertirían como por arte de magia en lapones.
Lo más chocante es que miran a los nativos por encima del hombro. Tú les comentas que no hablas ni una palabra de salacenco o que no diferencias una oveja churra de otra lacha y te miran como si buscaras el desayuno en los contenedores de una clínica abortista. El síndrome se agrava cuando el superadaptado se ha criado en Canarias o en Extremadura (no sé por qué: habrá que estudiarlo)
Hay que acabar con:
Los reposteros navarros, mecagüen lá: por cada festividad sacan un dulce “con siglos de tradición”. Navarra debe de ser el único lugar del mundo donde el tiempo inmemorial se mide por horas.
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