miércoles, 9 de enero de 2008

Road movie

Estuve unos meses estuve en San Sebastián tomando el sol con D. Nada más volver a casa, puse mis impresiones por escrito antes de que se me pasara la mala uva, y luego las olvidé dentro de una carpeta. Hasta hoy.

D: el tipo más neurótico que conozco. No vocaliza, no entiendo lo que dice, no oigo lo que dice, y lo que dice de todas formas no ofrece interés. Conduce muy mal, y tuve que hacer esfuerzos para no marearme.

Mientras él se derretía tumbado en la toalla yo di paseos por la orilla y me bañé hasta donde me permitieron los socorristas. La playa no me gusta, aunque reconozco que se te quitan todos los complejos.

Cuando ya no pude más, nos fuimos a comer. D pretendía pedir un plato combinado en una cafetería pero le arrastré a un restaurante familiar. Intentamos mantener una conversación, pero su comportamiento me quitó las ganas. Tiene una forma de manejar los cubiertos que parece Fu Manchú sacudiéndose una cucaracha del kimono. Peter Sellers le habría sacado un partido sin igual. Total, que después del postre nos separamos en busca de diferentes horizontes y, casualidad de casualidades, me encontré con un conocido de Logroño, dentista, que me propuso compartir el resto de la tarde y parte de la noche

Buscamos a D, lo facturamos para Pamplona y J el “conocido” –muy superficialmente conocido-, que ligero de ropa da el pego pero que vestido es el hermano perdido... del marqués de Sotoancho, me llevó a conocer la San Sebastián de las élites mundiales.

J, pese a ser lo que es y a proceder de una familia acomodada, vino en un coche rescatado del desguace por una amiga caritativa (o maquiavélica, no sé), y en donde pretendía alojarme aunque por el tono parecía que tenía reservada una suite en el Ritz de Montecarlo.

Un tono ensordecedor, dicho sea de paso. Recorrimos varios hoteles pero creo que nos rechazaron por su atuendo. Lucía un modelito chanclas verdes/bermudas ocres/polo negro/jersey rosa ante el cual yo, con mis vaqueros ajados y mi camiseta blanca muy lavada, pero en buen uso (y zapatos verdaderos), parecía un pincel. El se habrá emborrachado con el cardenal Ratzinger en el vagón-restaurante del Transiberiano y habrá estudiado piñología con el hijo bastardo del archiduque de Sildavia en la politécnica de Luxemburgo pero todos los donostiarras me trataban de señor a mí y no a él. La pena es que era J quien llevaba la voz cantante (y daba el do de pecho)

Logré hacerle considerar la posibilidad de marcharnos a Lekunberri y dormir en el Ayestaran, que es un hotel digno de un crimen de la Srta. Marple donde fijo que habría camas, y fuimos a por el coche y salimos de la ciudad. J hablaba y hablaba de sí mismo y de su circunstancia y de sus aficiones, pero yo le cortaba sin miramientos; con ciertas personas no conviene ser muy educado, aunque entendí que su verborrea era producto de unas ganas locas por caer bien.

A su lado yo podía parecer un cero a la izquierda, pero no era así (en absoluto) como me sentía: más bien todo lo contrario. Se ve que me pilló muy relajado.

Conduce con una sola mano un coche que parece una cafetera norcoreana, a quince kilómetros por hora. Nunca lee los letreros o las señales. Yo que sabía a dónde quería dirigirme pero no cómo llegar y estaba hecho polvo por las lentillas acartonadas, iba dando las indicaciones que él obedecía a ciegas. Si le decía “pásate a la izquierda" él entendía “pásate a la izquierda ahora imediatamente” y pegaba un volantazo, así viniera un camión articulado dándonos las luces.

En fin. Llegamos a Pagozelai y nos apeamos y preguntamos en el hostal si tenían habitaciones. Estaba completo aunque nos proporcionaron el número del teléfono del Ayestaran y llamamos y nos dijeron que tenían sitio. Pero como no disponíamos de mapa de carreteras tomamos un desvío prematuro, y nos adentramos por una carretera que parecía no llevar a ninguna parte, con un asfalto cada vez peor, unos árboles como transplantados de “El Señor de los Anillos” y una niebla que apenas nos permitía rascarnos la punta de la nariz. Yo estaba seguro de que íbamos a terminar en el bosque de la Bruja de Blair y en eso se nos cruzó un potro y tuvimos que ir espantándolo camino adelante porque no podía penetrar en la espesura (de lo tupida que era), con el temor de que se asustara y cargase contra nosotros. Total, que al final de una cantidad alucinante de vueltas, subidas y bajadas, llegamos a Lekunberri y nos alojamos en el hotel y pasamos una noche para olvidar porque J roncaba como un elefante con vegetaciones en la trompa.

Esta mañana nos levantamos temprano, él descansado y yo para ingresar en el psiquiátrico, él con ropa nueva (hortera pero nueva) y yo con los harapos de ayer y sin afeitar, y sin solución única para las lentillas, y después del desayuno nos largamos rumbo a lo desconocido, por los mismos bosques del día anterior, pero por mejor carretera. Hayedos maravillosos, y vacas plácidas, y caballitos lustrosos, y ríos cantarines, y millones de tonalidades de verde. Muy relajante.

Llegamos a nuestro destino, Bertiz, tras varios extravíos, recorremos el parque, pero no el señorío y luego vamos a comer a Elizondo, y me preparo para lo peor: un restaurante de cuatro tenedores y una escena con el chef y los camareros y la petición del libro de reclamaciones. Pero J se conforma con una casa de comidas familiar y demuestra tener los mismos conocimientos gastronómicos que un etíope: habla de oídas. Lo malo es que habla a voz en grito. Estoy a punto de rogarle que se controle, pero me doy cuenta de que es a él a quien la gente mira mal, no a mí, y que la encargada del comedor no se dirige a él, sino a mí y de que el señor, en todo lugar y toda circunstancia, estoy siendo yo y no él y le permito ponerse en ridículo hasta las últimas consecuencias.

Después de dar una vuelta por el pueblo admirando sus casas y dando la nota (y el do de pecho) se echa una siesta bajo un árbol (por dios, alguien tan fino) mientras yo leo la prensa en un velador de piedra y escucho el encantador dialecto de los nativos, y cuando finalmente consigo hacerle despertar, regresamos a la capital por los túneles de Velate.

No hay comentarios: