miércoles, 2 de enero de 2008

Mariví Bilbao / David Lych

Yo creo que concedemos demasiada importancia a la muerte en general y a los cadáveres en particular. Hace no mucho estuve escuchando por la radio a Mariví Bilbao, protagonista de una película española presentada en el festival de Venecia, y la mujer –graciosa y bastante petarda, pero consciente de serlo y por lo tanto disculpable- hablaba precisamente del tema y decía que la muerte es la única certeza de la vida, y que nos va a tocar a todos, y que debemos ser conscientes de que es algo natural que hay que afrontar con serenidad y sin afán de protagonismo. Muy simpática. Se le nota el kilometraje; tiene la lengua como un látigo y es políticamente incorrecta y fumadora, y seguro que bebe como un cosaco.

Debe de resultar un poco desconcertante alcanzar el estrellato a los 75 años ¿no? Porque llevará toda la vida actuando, pero no creo que hasta participar en “Aquí no hay quien viva” haya pasado de la categoría de tercera vicetiple de teatrillo ambulante.

Bueno: la película. Dirigida por Noséquién Chapero-Jackson. Debe de ser hijo de un juez o de un registrador de la propiedad, que suelen perder el culo por los apellidos con guión interpuesto. Como si un apellido inquietante no bastara, va y le pega el tiro de gracia con otro casi peor. Si yo me apellidara Chapero intentaría no llamar la atención. Y en vez de dedicarme al cine trabajaría en un faro. Te hablan de un tal chapero Jackson y te imaginas a un prostituto negro con los belfos inflamados de practicar felaciones a los capataces esclavistas de la Luisiana del siglo XVIII. ¿O no?

Supongo que la suya será otra de esas películas que no verá nadie y que, misteriosamente, cosechará excelentes críticas en la prensa de alcance nacional sólo por el hecho de ser española y estar protagonizada por una tía muy maja.


Hay que acabar con:

El cine de David Lynch. Es posmoderno en el peor sentido de una palabra que no tiene sentido bueno. Si David Lynch fuera luxemburgués o lituano los mismos críticos y aficionados a los que encandila le perseguirían por las calles para colgarle de una farola. Pero como es estadounidense se creen que está por delante de nosotros en la escala evolutiva cinematográfica, y no es más que un vendedor de alfombras intentando colocar un kilim de poliéster a una abuela fumadora con problemas para sostener el cigarrillo entre los dedos. Vamos, un desalmado. El cine de David Lynch es como las instalaciones de video con tipos clavándose imperdibles en las tetillas o las performances directamente inspiradas en la digestión de una cabra. Ojalá aparezca un ángel exterminador del mundo del Arte y acabe con todos estos caraduras y con los críticos y fans que mojan las bragas cada vez que paren una de sus ocurrencias. Acabo de ver “Inland Empire” y me siento como un boy scout sodomizado por la sección de voces graves del Coro del Ejército Soviético. Que “Inland Empire” no se entienda es lo de menos: lo malo es que te mantenga tres horas aferrado a la butaca esperando que suceda algo que no sucede en ningún momento. A mí que no tenga ni pies ni cabeza me da igual, porque no hay cosa que odie más que esas películas (policiacas, sobretodo) donde atan los cabos sueltos en los últimos diez minutos del metraje; pero es que es aburrida. Ves una película de Federico Fellini y tampoco entiendes nada pero te lo pasas bomba y pides más. El humor de David Lynch, si existe, es eliminado en la sala de montaje. A parte de una chica polaca sensacionalmente guapa con un papelín absurdo y de la música (notablemente Panderecki), lo único destacable de este bodrio inquietante es Laura Dern. Qué pedazo de actriz. Porque la tía no sabe en ningún momento qué cojones pinta en esa tomadura de pelo, y sin embargo lo disimula a la perfección.

Hay que apoyar a:

Mi trabajo en la cocina.
Me cuesta el mismo esfuerzo anímico guisar un dromedario relleno que freir un huevo. Pero ya que hay que cocinar, puesto que hay que comer, que sea con estilo. Suele suceder que tanto trajín me quite el apetito; entonces me siento ante el plato sin otra aspiración que retirarme al sofá para mordisquear un trozo de pan con un libro entre las manos.

Ayer deshuesé un pollo. Quedó como un mujaidín que se hubiera hecho volar por los aires con un cinturón-bomba. Me hizo sentir muy orgulloso de mí mismo. Debería haber rellenado el cadáver con una fritanga de jamón, pero me confundí de receta y lo rellené de verduras y en lugar de introducirlo en el horno lo guisé. Pero quedó bien; se pudo comer, y congelé el sobrante. Supongo que los grandes cocineros (¿no hay grandes cocineras o qué?) han descubierto sus mejores platos metiendo la pata hasta el hondón.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Dejadme comentar que oyendo esta crítica me han dado unas ganas irresistibles de ver la pelícla de Lynch. Bettyan

Anónimo dijo...

Guachi pochi: sobretodo se escribe separado si no te refieres a una prenda de vestir.

Anónimo dijo...

Notable guachi, aparte lo escribe separado y sobre todo lo escribe junto.
Viva la ortografía.